Ayer los medios de comunicación anunciaban a bombo y platillo la liberación de una persona, Alicia Gamez, puesta en libertad en el norte de Malí después de 102 días de cautiverio a manos de un grupo de Al Qaeda o algo parecido. La alegría “de todo el mundo” es de un tercio porque aún quedan otros dos cooperantes secuestrados en Mauritania.
Sin embargo, los medios ignoraron ayer otra puesta en libertad, que por su singularidad levanta pudiera ampollas a cualquier persona que crea en la democracia. Amadeu Casellas salió de la cárcel anteayer, el día 9 de marzo de 2010, después de 24 años preso. Su historial, largo y extenso, sesgado por la rebeldía y la continua represión no está exento de romanticismo y una cruel fatalidad: apresado por atracos a mano armada en el año 76, repartía el botín de éstos entre organizaciones sociales y sindicales y no agacho la cabeza nunca ante nada ni nadie. Considerado como el Robin Hood español por la siempre oportunista prensa amarilla, Amadeu fue un activo luchador por los derechos de los presos, denunciando los abusos de funcionarios y tomando parte activa en numerosos motines.
El camino elegido por Amadeu ha sido el más difícil y le ha costado, según cálculos de un juez, la permanencia en prisión de ocho años de más.Así mientras la ciudadanía respira aliviada porque una cooperante, que aunque no supiéramos muy bien que fue a hacer a Mauritania aplaudimos su generosidad con el prójimo, es puesta en libertad después de 102 días, volvemos la cara inconscientes ante el brutal atropello de quien ha estado 8.760 días en prisión, de los cuales unos 2880 han sido de propina y rapiña extrajudicial por delitos entre los que no hubo nunca ninguno de sangre.
Las películas de la factoria Disney nos suelen mostrar al héroe que nunca agacha la cabeza ante la injusticia, que reparte lo suyo entre los necesitados y que siempre, tras una hora de peleas con los malos acaba con la chica guapa y un final feliz. Nos gusta y nos emocionan sus valores. El Robin Hood real, incomoda y molesta y es apaleado hasta su destrucción, con una tortura de veinticuatro años y un final negro en el que no parece llegar nunca el cartel de The End.